Charlamos con Alejandro Rusconi, miembro de la AAJ Asociación Americana de Juristas, quien acompañó presencialmente el proceso eleccionario venezolano.
Alejandro Rusconi (@ale_rusconi), en su calidad de observador internacional, analiza el proceso eleccionario en Venezuela y la imposibilidad de fraude.
También charlamos con él acerca de la posición de otros mandatarios de la región, del papel de Venezuela como probable nuevo miembro de los BRICS y de otros aspectos geopolíticos relevantes.
Asimismo, analizaremos la injerencia de los EE. UU. en la política interior de México a propósito de la reforma judicial que lleva adelante Andrés Manuel López Obrador, el nuevo frente político organizado por el presidente colombiano Petro y la radicalización de la extrema derecha en Brasil.
Y, como en
cada encuentro, abordaremos los temas más destacados de la realidad de la
Patria Grande.
¡Que lo disfruten!
Alejandro Rusconi (@ale_rusconi), en su calidad de observador internacional, analiza el proceso eleccionario en Venezuela y la imposibilidad de fraude.
También charlamos con él acerca de la posición de otros mandatarios de la región, del papel de Venezuela como probable nuevo miembro de los BRICS y de otros aspectos geopolíticos relevantes.
Asimismo, analizaremos la injerencia de los EE. UU. en la política interior de México a propósito de la reforma judicial que lleva adelante Andrés Manuel López Obrador, el nuevo frente político organizado por el presidente colombiano Petro y la radicalización de la extrema derecha en Brasil.
Y, como en
cada encuentro, abordaremos los temas más destacados de la realidad de la
Patria Grande.
¡Que lo disfruten!
En Youtube:
NOTA RELACIONADA: Aprovechamos para publicar nuevamente un artículo que, siguiendo al profesor portorriqueño Ramón Grosfoguel, apunta la contradicción de algunos referentes de los sectores progresistas que, al final de cuentas, terminan siendo funcionales al imperialismo. |
NADA POR AQUÍ… ¡TODO POR ALLÁ!!!
por: RAMIRO CAGGIANO BLANCO
Es bueno luchar por la transparencia republicana, exigirles a los diferentes Gobiernos –del signo político que fueren- que respeten los Derechos Humanos, que permitan que los ciudadanos se expresen libremente, que no encarcelen sin debido proceso legal y muchas cosas más. Todas esas exigencias vemos que salen a la luz cuando se trata de Gobiernos con alguna “inclinación a la izquierda” y se exacerban cuando, además, contrarían la voluntad omnímoda de los EE.UU. y su poderosa –e inigualable- maquinaria de producir soft power: cadenas internacionales de noticias, redes sociales, industria del entretenimiento, etc. Cadena que cuenta con miles de académicos, periodistas, «influenciadores sociales”, entre otros, a los cuales el Profesor Universitario Ramón Grosfoguel llama “Decoloniales Coloniales», una categoría académica semejante a los “Quinta Columnas” de antaño.Desde luego, esto no sería muy grave, ya que estaríamos compartiendo ideales humanitarios que siempre merecen defenderse. El problema estriba en que, colocados en un lugar de destaque en el campo de la discursividad pública, o la “opinión publicada” –o aceptada en las academias- no entendemos que el gran engaño consiste no en lo que dicen, discutible o no, sino en la direccionalidad de su mirada, a quién o quiénes deciden analizar. Como el mago que dice: “nada por aquí», y nos induce a dirigir nuestra atención a una de sus manos mientras el truco lo hace con la otra.
Hoy el tema es Venezuela. Ponemos el Gobierno de Maduro bajo un microscopio multifacético que desnuda todos los costados de su gobierno: que si la economía no crece como dicen los números oficiales, que si el salario mínimo crece mucho o poco, que si la desigualdad social se reduce o se incrementa, que si se dolariza o no, que si los militares tienen mucho o muchísimo poder, y un sinfín de otras cuestiones. Eso desde el lado de “los nuestros”, los que tienen una mirada progresista o, en palabras de Grosfoguel, “Decoloniales” (aunque, en el fondo, Coloniales o funcionales al Colonialismo, cómo él dice), porque la derecha ya ha tomado partido y adhiere sin beneficio de inventario a la tesis de “el Dictador Maduro una vez más hizo fraude” porque compró la CNE, no muestra las actas, amenaza con cárcel a los “disidentes” (verdaderos terroristas en cualquier otro país que no fuese Venezuela), etc. Y hay quienes llegan a ver en Corina Machado una verdadera adalid de la democracia, la alternancia en el poder y los Derechos Humanos.
Sin embargo, el peligro no está en el debate sino en lo que se deja de discutir, lo que se oculta deliberada o sutilmente. La segunda de las formas, la más insidiosa, es la más pérfida porque nombrar una cosa importante, grave, como si fuera una banalidad, es peor que ocultarla porque deja al enunciador “cubierto” de un ethos de integridad (al final, él habla del tema), cuando en realidad hace todo lo contrario porque normaliza la atrocidad.
Así, por ejemplo, todo el mundo habla del discurso “y las amanazas” de Maduro del día Viernes 2, pero nadie se refiere a la prisión que hicieron las autoridades de Israel del predicador Sheikh Ikrimah Sabri, de 84 años, por haber manifestado dolor en la mezquita de Al-Aqsa por el asesinato del líder político de Hamás, Ismail Haniyeh, ocurrido en Teherán días antes. Las palabras del religioso, por las que fue preso durante horas, fueron: “Pedimos a Dios que tenga misericordia de él y lo coloque en espaciosos jardines con los profetas, los veraces y los justos”.
O el caso del mismo gobierno que llamó a consultas (medida bastante severa en el campo de las relaciones diplomáticas) al embajador de Turquía en ese país para que explicase por qué, después del asesinato de Haniyeh, habían izado a media asta la bandera turca ¡EN LA EMBAJADA TURCA!, un lugar de soberanía exclusiva según la Convención de Viena.
Estas son sólo algunas de las cosas que ocurrían en algún lugar del planeta al mismo tiempo en que Maduro profería el discurso del que todos hablan, inclusive nuestros «Decoloniales Coloniales” con la libertad de ver limitada por las anteojeras impuestas por la metrópoli, muchas veces a través de ONGs que pagan las cuentas o ayudan a “ascender” o a que no te bajen del “Olimpo Decolonial Colonial”.
por: RAMIRO CAGGIANO BLANCO
Es bueno luchar por la transparencia republicana, exigirles a los diferentes Gobiernos –del signo político que fueren- que respeten los Derechos Humanos, que permitan que los ciudadanos se expresen libremente, que no encarcelen sin debido proceso legal y muchas cosas más. Todas esas exigencias vemos que salen a la luz cuando se trata de Gobiernos con alguna “inclinación a la izquierda” y se exacerban cuando, además, contrarían la voluntad omnímoda de los EE.UU. y su poderosa –e inigualable- maquinaria de producir soft power: cadenas internacionales de noticias, redes sociales, industria del entretenimiento, etc. Cadena que cuenta con miles de académicos, periodistas, «influenciadores sociales”, entre otros, a los cuales el Profesor Universitario Ramón Grosfoguel llama “Decoloniales Coloniales», una categoría académica semejante a los “Quinta Columnas” de antaño.
Desde luego, esto no sería muy grave, ya que estaríamos compartiendo ideales humanitarios que siempre merecen defenderse. El problema estriba en que, colocados en un lugar de destaque en el campo de la discursividad pública, o la “opinión publicada” –o aceptada en las academias- no entendemos que el gran engaño consiste no en lo que dicen, discutible o no, sino en la direccionalidad de su mirada, a quién o quiénes deciden analizar. Como el mago que dice: “nada por aquí», y nos induce a dirigir nuestra atención a una de sus manos mientras el truco lo hace con la otra.
Hoy el tema es Venezuela. Ponemos el Gobierno de Maduro bajo un microscopio multifacético que desnuda todos los costados de su gobierno: que si la economía no crece como dicen los números oficiales, que si el salario mínimo crece mucho o poco, que si la desigualdad social se reduce o se incrementa, que si se dolariza o no, que si los militares tienen mucho o muchísimo poder, y un sinfín de otras cuestiones. Eso desde el lado de “los nuestros”, los que tienen una mirada progresista o, en palabras de Grosfoguel, “Decoloniales” (aunque, en el fondo, Coloniales o funcionales al Colonialismo, cómo él dice), porque la derecha ya ha tomado partido y adhiere sin beneficio de inventario a la tesis de “el Dictador Maduro una vez más hizo fraude” porque compró la CNE, no muestra las actas, amenaza con cárcel a los “disidentes” (verdaderos terroristas en cualquier otro país que no fuese Venezuela), etc. Y hay quienes llegan a ver en Corina Machado una verdadera adalid de la democracia, la alternancia en el poder y los Derechos Humanos.
Sin embargo, el peligro no está en el debate sino en lo que se deja de discutir, lo que se oculta deliberada o sutilmente. La segunda de las formas, la más insidiosa, es la más pérfida porque nombrar una cosa importante, grave, como si fuera una banalidad, es peor que ocultarla porque deja al enunciador “cubierto” de un ethos de integridad (al final, él habla del tema), cuando en realidad hace todo lo contrario porque normaliza la atrocidad.
Así, por ejemplo, todo el mundo habla del discurso “y las amanazas” de Maduro del día Viernes 2, pero nadie se refiere a la prisión que hicieron las autoridades de Israel del predicador Sheikh Ikrimah Sabri, de 84 años, por haber manifestado dolor en la mezquita de Al-Aqsa por el asesinato del líder político de Hamás, Ismail Haniyeh, ocurrido en Teherán días antes. Las palabras del religioso, por las que fue preso durante horas, fueron: “Pedimos a Dios que tenga misericordia de él y lo coloque en espaciosos jardines con los profetas, los veraces y los justos”.
O el caso del mismo gobierno que llamó a consultas (medida bastante severa en el campo de las relaciones diplomáticas) al embajador de Turquía en ese país para que explicase por qué, después del asesinato de Haniyeh, habían izado a media asta la bandera turca ¡EN LA EMBAJADA TURCA!, un lugar de soberanía exclusiva según la Convención de Viena.
Estas son sólo algunas de las cosas que ocurrían en algún lugar del planeta al mismo tiempo en que Maduro profería el discurso del que todos hablan, inclusive nuestros «Decoloniales Coloniales” con la libertad de ver limitada por las anteojeras impuestas por la metrópoli, muchas veces a través de ONGs que pagan las cuentas o ayudan a “ascender” o a que no te bajen del “Olimpo Decolonial Colonial”.