De paso por San Pablo, Úrsula Asta compartió una charla con Café Mercosur acerca de la cobertura de las eleeciones en Brasil
Conversamos con Úrsula Asta, periodista y miembro del Observatorio MinGéneros, acerca de las repercusiones regionales del resultado de las elecciones en Brasil, de los porqués de la trascendencia de la victoria de Lula y de los efectos negativos de la reelección del Bolsonaro.
También tuvimos la visita de Pablo Mugnaini, con quien pudimos hablar del clima de odio y violencia que marca a la sociedad brasileña en este tramo final de las elecciones, principalmente en la región sur.
¡Que lo disfruten!
En Youtube:
NOTA RELACIONADA: Transcribimos un artículo publicado por la revista digital "De puño y letra" (https://depunoyletraweb.com/) escrita en la mañana del domingo 30 mientras se desarrollaban los comicios presidenciales en Brasil.
Por: Ramiro Caggiano Blanco
Más de 156 millones de brasileños están acudiendo masivamente a los lugares de votación este domingo (30), para elegir al Presidente de la República entre Luiz Inácio “Lula” da Silva y Jair Bolsonaro. El primero no sólo representa a las fuerzas democráticas, de izquierda y hasta de centroderecha a juzgar por los últimos apoyos recibidos de anteriores contrincantes y de muchos “bolsonaristas” arrepentidos, y a la Justicia Social, sino también a la normalidad republicana. El segundo, en cambio, es la antipolítica, la mentira como plan de gobierno, la truculencia como método y el uso de las fuerzas del estado para callar a los disidentes, aún a los del mismo signo político que no se alineen dócilmente a los designios coyunturales del “jefe”.
Lula ganó en primera vuelta, con 57.259.504 votos (48,43%), contra 51.072.345 (43,2%) y quedó a tan solo 1,57% de vencer el pleito. Las últimas encuestas del día sábado 29 le dan una ventaja entre 2,2 y 8 puntos, lo que nos habla de 2 cosas: de un resultado reñido, disputado voto a voto, y de un sector de la sociedad brasileña que, envalentonada y orgullosa, muestra su verdadera naturaleza violenta, escondida bajo la engañosa capa de la “cordialidad brasileña”.
Cuando un Presidente Nordestino (región postergada económica, social y culturalmente) trajo un poco de igualdad y justicia social, alimentando a los miserables y abriendo las puertas de la Universidad, reducto histórico de “las Elites” gobernantes que educaban sus hijos en Europa, (principalmente en la universidad portuguesa de Coimbra), se abrió la Caja de Pandora y de ella afloraron los monstruos fascistas.
“Hagamos que este país vuelva a la normalidad. Tratemos de reconstruir todo lo que hemos hecho. Estaba funcionando y estaba creciendo. América del Sur se fortalece”, dijo Lula en conferencia de prensa momentos antes de encabezar una marcha, el Sábado (29), en la Avenida Paulista en São Paulo, que congregó a una multitud en el corazón del establishment industrial.
Sin embargo, la “normalidad” de Lula es la anormalidad de Brasil, uno de los países más desiguales e injustos del planeta, fruto de una clase media alta que no quiere “reconstruir” lo que los gobiernos del P.T. hicieron y, por ello, se identifican con un líder en la versión más cruda y desnuda: Jair Bolsonaro. A ello se le suma una gran masa de trabajadores fuera del sistema de protección legal, los “uberizados”, que se resienten contra lo que no tienen, pero en el fondo desean, y que denominan “privilegios”: vacaciones, domingo no laborable, jornada de 8 horas, indemnización por despido arbitrario, etc. y conforman lo que se llama el “bolsonarismo”.
Durante el último debate del Viernes pasado (28), en la principal Cadena de Televisión Brasileña, Lula recordó que los mejores momentos que vivió el país ocurrieron cuando él gobernó, de 2003 a 2010. Fue el momento de la afirmación de la democracia y la soberanía nacional, de la inserción de Brasil en el mundo con una perspectiva de paz, desarrollo y cooperación. Fue también un período de crecimiento económico, progreso social y participación popular en la definición de los destinos del país.
Nada de eso importa al “bolsonarismo” el que, tras la lógica del “sí, estoy mal pero ellos están peor”, prefiere mirar hacia otro lado ante hechos evidentes como que en los últimos 4 años, bajo Jair Bolsonaro, Brasil sufrió un grave retroceso económico, social y se convirtió en un paria internacional. El país vio vilipendiada su soberanía, expoliadas sus riquezas naturales por la voracidad de las multinacionales y vaciada de contenido su democracia.
Como resumió el propio Lula, en una entrevista posterior al último debate del viernes por la noche: “Estas elecciones no son para mí ni para mi oponente. Estas elecciones son para garantizar el régimen democrático y la mejora de la calidad de vida de las personas”.
No se puede pronosticar un resultado y habrá que esperar hasta que se compute el último voto. La victoria de Lula es la clave para abrir el camino a un nuevo ciclo político, en el que se le ponga fin a la destrucción sistemática de las instituciones de la República y se construya un Brasil democrático y soberano, con progreso social.
Sin embargo, la tarea no será fácil porque, aunque Bolsonaro pierda las elecciones, el “Bolsonarismo” está de pie y presentará batalla.
NOTA RELACIONADA: Transcribimos un artículo publicado por la revista digital "De puño y letra" (https://depunoyletraweb.com/) escrita en la mañana del domingo 30 mientras se desarrollaban los comicios presidenciales en Brasil. |
Por: Ramiro Caggiano Blanco
Más de 156 millones de brasileños están acudiendo masivamente a los lugares de votación este domingo (30), para elegir al Presidente de la República entre Luiz Inácio “Lula” da Silva y Jair Bolsonaro. El primero no sólo representa a las fuerzas democráticas, de izquierda y hasta de centroderecha a juzgar por los últimos apoyos recibidos de anteriores contrincantes y de muchos “bolsonaristas” arrepentidos, y a la Justicia Social, sino también a la normalidad republicana. El segundo, en cambio, es la antipolítica, la mentira como plan de gobierno, la truculencia como método y el uso de las fuerzas del estado para callar a los disidentes, aún a los del mismo signo político que no se alineen dócilmente a los designios coyunturales del “jefe”.
Lula ganó en primera vuelta, con 57.259.504 votos (48,43%), contra 51.072.345 (43,2%) y quedó a tan solo 1,57% de vencer el pleito. Las últimas encuestas del día sábado 29 le dan una ventaja entre 2,2 y 8 puntos, lo que nos habla de 2 cosas: de un resultado reñido, disputado voto a voto, y de un sector de la sociedad brasileña que, envalentonada y orgullosa, muestra su verdadera naturaleza violenta, escondida bajo la engañosa capa de la “cordialidad brasileña”.
Cuando un Presidente Nordestino (región postergada económica, social y culturalmente) trajo un poco de igualdad y justicia social, alimentando a los miserables y abriendo las puertas de la Universidad, reducto histórico de “las Elites” gobernantes que educaban sus hijos en Europa, (principalmente en la universidad portuguesa de Coimbra), se abrió la Caja de Pandora y de ella afloraron los monstruos fascistas.
“Hagamos que este país vuelva a la normalidad. Tratemos de reconstruir todo lo que hemos hecho. Estaba funcionando y estaba creciendo. América del Sur se fortalece”, dijo Lula en conferencia de prensa momentos antes de encabezar una marcha, el Sábado (29), en la Avenida Paulista en São Paulo, que congregó a una multitud en el corazón del establishment industrial.
Sin embargo, la “normalidad” de Lula es la anormalidad de Brasil, uno de los países más desiguales e injustos del planeta, fruto de una clase media alta que no quiere “reconstruir” lo que los gobiernos del P.T. hicieron y, por ello, se identifican con un líder en la versión más cruda y desnuda: Jair Bolsonaro. A ello se le suma una gran masa de trabajadores fuera del sistema de protección legal, los “uberizados”, que se resienten contra lo que no tienen, pero en el fondo desean, y que denominan “privilegios”: vacaciones, domingo no laborable, jornada de 8 horas, indemnización por despido arbitrario, etc. y conforman lo que se llama el “bolsonarismo”.
Durante el último debate del Viernes pasado (28), en la principal Cadena de Televisión Brasileña, Lula recordó que los mejores momentos que vivió el país ocurrieron cuando él gobernó, de 2003 a 2010. Fue el momento de la afirmación de la democracia y la soberanía nacional, de la inserción de Brasil en el mundo con una perspectiva de paz, desarrollo y cooperación. Fue también un período de crecimiento económico, progreso social y participación popular en la definición de los destinos del país.
Nada de eso importa al “bolsonarismo” el que, tras la lógica del “sí, estoy mal pero ellos están peor”, prefiere mirar hacia otro lado ante hechos evidentes como que en los últimos 4 años, bajo Jair Bolsonaro, Brasil sufrió un grave retroceso económico, social y se convirtió en un paria internacional. El país vio vilipendiada su soberanía, expoliadas sus riquezas naturales por la voracidad de las multinacionales y vaciada de contenido su democracia.
Como resumió el propio Lula, en una entrevista posterior al último debate del viernes por la noche: “Estas elecciones no son para mí ni para mi oponente. Estas elecciones son para garantizar el régimen democrático y la mejora de la calidad de vida de las personas”.
No se puede pronosticar un resultado y habrá que esperar hasta que se compute el último voto. La victoria de Lula es la clave para abrir el camino a un nuevo ciclo político, en el que se le ponga fin a la destrucción sistemática de las instituciones de la República y se construya un Brasil democrático y soberano, con progreso social.
Sin embargo, la tarea no será fácil porque, aunque Bolsonaro pierda las elecciones, el “Bolsonarismo” está de pie y presentará batalla.